Filadi Curto
Este
fin de semana se celebra en toda España el día de los museos.
Ayer,
Eva y yo, habíamos planeado disfrutar de esta fiesta en el Museo
Arqueológico de Asturias, empezando con la visita guiada a primera
hora de la mañana.
Y
hoy así lo hicimos. Creo que fue en el mismo instante en el que
entré en la plaza de la Catedral, al ver la aguja de su única
torre, cuando me trasladé al Gótico de arbotantes, gárgolas y
vidrieras.
Asturias
empezó a llover, la fuente a manar agua y el alma de mi madre, la
mujer que me enseñó el gusto por el arte, se unió a nosotras, por
momentos me pareció que Eva era ella o que ella era Eva. La pasión
que ambas compartían me produce un gran placer, me transporta a los
veranos de mi infancia y mi adolescencia, en Salamanca, junto a
aquella mujer, mi madre, hija de un cartero y de una ama de casa, que
desde niña, correteando entre la calle el Pinto, que la vio nacer, y
la Gran Vía, supo apreciar, disfrutar y transmitir el arte que la
rodeaba desde su nacimiento. No sé si lo planificó, creo que tan
solo gozo, mientras mis hermanos y yo aprendimos a gozar con ella, a
sentir su felicidad y a ser felices con una madre que supo dar,
enseñar y compartir el arte como un don supremo del individuo. Su
aura se iluminaba y yo, desde mi mirada de niña, creí que ese era
el mayor regalo que mi progenitora me había dado en la vida.
Hoy, adulta, sigo pensando de igual manera y cuando vuelvo a Salamanca, su Salamanca, mi Salamanca, mi segunda casa, voy en busca, con ansia, del artesonado mudéjar de la iglesia de Sanctu-espiritus, donde ella fue bautizada. Recorro la calle Libreros y la veo, allí, explicándonos el porque de ese nombre. Llego a la Universidad y juego, con mis hermanos, a encontrar la rana, sigue ahí, donde siempre ha estado, donde siempre estará. Camino junto a mi madre hasta la plaza de las Catedrales y me empapo de su saber, la sigo por las calles hasta encontrar la Clerecía y veo a aquella mujer, apasionada, en sus escaleras, señala la casa de las Conchas, contándonos, una vez más, la historia del tesoro escondido. Y como colofón mi madre nos premiaba con una helado en los Italianos de la calle Toro.
Hoy, adulta, sigo pensando de igual manera y cuando vuelvo a Salamanca, su Salamanca, mi Salamanca, mi segunda casa, voy en busca, con ansia, del artesonado mudéjar de la iglesia de Sanctu-espiritus, donde ella fue bautizada. Recorro la calle Libreros y la veo, allí, explicándonos el porque de ese nombre. Llego a la Universidad y juego, con mis hermanos, a encontrar la rana, sigue ahí, donde siempre ha estado, donde siempre estará. Camino junto a mi madre hasta la plaza de las Catedrales y me empapo de su saber, la sigo por las calles hasta encontrar la Clerecía y veo a aquella mujer, apasionada, en sus escaleras, señala la casa de las Conchas, contándonos, una vez más, la historia del tesoro escondido. Y como colofón mi madre nos premiaba con una helado en los Italianos de la calle Toro.
Hoy
he vuelto a los veranos de mi niñez, en un día lluvioso de mi
Asturias del alma y no sé si por primera vez, se han mezclado mis
casas, esta donde nací, donde vivo, y aquella en la que goce de la
felicidad de niña, en la que nació mi amor por el arte, a la que
busco de vez en cuando, por necesidad.
El
día se acaba y me iré a la cama con el corazón encendido por haber
gozado, como antaño, de la creación más preciada del hombre, el
arte. Por haber conocido a personas que muestran sin pudor esa pasión
encendida por tantas maravillas, como Sofia, la técnico del museo o
Ignacio, su director, personas que, desde la cercanía, nos han dado
la oportunidad de sentir el Museo Arqueológico de Asturias como una
parte de nosotros. Y como no, por la fortuna de contar entre mis
amigas especiales a Eva, que me ha permitido volver a disfrutar de mi
madre, dejándose poseer con tanta naturalidad por su espíritu.
Como no solo de arte vive el hombre, al final de la visita al Arqueológico nos fuimos, para darle placer al paladar, a Camilo de Blas a por unos pasteles, mirar las fotos, es un sitio muy especial también.
1 comentario:
Por muchos años, comadre.
A tu salud y en memoria de la mamá, que tanto te dió antes de irse y sigue contigo.
Publicar un comentario