Filadi Curto
Con los ojos cerrados hundió sus
dedos en el cabello rizado de él. Ella abrió los parpados para
sumergirse en las vidriosas pupilas de su amante y le deseo una vez
más. Le necesitaba para respirar, para caminar, para comer y para
pensar. Le necesitaba para vivir. Era parte de ella.
Le presintió desde antes de su
llegada y le recibió con ansia, con la necesidad de una joven
inexperta deseosa de ser amada y de amar.
El tiempo les dio a cada uno su propia
vida, en la distancia, pero unidos por un cordón poderoso que
dirigía el compás de los latidos de sus corazones.
Ella aprendió a caminar sin él, a
vivir sin él, a respirar sin él, pero sabía que estaba allí,
dentro de ella, en aquella oquedad que un día preparo para quedarse.
Sobrevivió a la vida sin él con el recuerdo de su va y ven al
caminar, de su sonrisa picara, del brillo de sus ojos que hablaban de
pasión, de amores furtivos y deseos escondidos. Ella dejó que la
vida pasara sorda de aquella voz melodiosa que excitaba su cuerpo y
vivió como todos esperaban. Se adaptó a la vida cómoda de lo
previsible, de la fidelidad mal entendida.
Y caminaron cada uno por su senda, sin
verse, sin tocarse, tan solo sintiéndose en la distancia. Él dibujo
un camino recto, sabiendo de donde venía y a donde iba. Ella, sin
embargo, caminó zigzagueando, haciendo giros, los necesitó para
aprender, para llegar al mismo lugar que él le había dicho que
llegaría.
Un día el camino de ella empezó a
enderezarse, no sin ciertas curvas, era su carácter, y le buscó, ya
estaba preparada, para aceptar, para no sufrir, para mirarle a los
ojos, aquellos ojos cristalinos... y cuando al fin lo tuvo ante si
echó de menos la pasión, el deseo incontrolable de antaño, pero
su cordón, el cordón que les unía estaba allí, para seguir
compartiendo la sabia de vida, la necesidad de sentir y de palpitar.
Para hacer, asidos por las manos, la recta final de su existencia,
con tranquilidad, con aceptación. Compartieron el lecho, con el solo
motivo de sentir sus latidos unidos, lejos quedaba la pasión
desenfrenada de la juventud, se transformó en ternura.
Y abrazados dejaron este mundo, cuando
sus llamas se apagaron, juntas, para seguir su rumbo hacia otro lugar
donde lo carnal no existe.
1 comentario:
los caminos de la vida, no creo que sean rectos, por eso el alma femenina se acopla mejor a ellos.
Saludos.
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