Filadi Curto García
Durante mi infancia y adolescencia un sueño que se repetía insistentemente era el de volar. Abrir los brazos y escapar a otro mundo, a otro lugar, me proporcionaba un gran placer, una sensación de libertad difícil de encontrar en la vida real. Con el tiempo ese sueño desapareció, y la necesidad de soñar con los ojos abiertos se fue haciendo más patente.
No soy una gran lectora, pero el sustituto a mi sueño de la infancia, ha sido, sin duda, la lectura. Entrar en la vida de otros y sentir su corazón en el mío. Compartir sus dolores, sus alegrías, sus luchas. Ir de un lugar a otro del mundo sin utilizar medios de transporte convencionales, es todo un lujo. Viajar en el tiempo, con la ventaja de entrar y salir de la piel de otros seres humanos, de aprender de sus errores o disfrutar con sus placeres, me parece sublime.
Nunca he buscado intelectualidad en los libros, tan solo placer. Disfrutar con cada página es mi máxima ambición y cuando estoy en ese punto, vuelvo las hojas y pido que no se acabe nunca. Pero sigo comiendo cada letra, cada frase, cada párrafo en busca del fin.
Y cuando todo se acaba despierto de mi sueño, miro mis pies y me veo con ellos en el suelo, he aterrizado y soy, otra vez, mayor.
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