Filadi Curto
Estiró la mano y
comenzó a acariciar con suavidad el pezón de su mujer. Ella
respondió a la caricia girando para abrazar su cuerpo, para
encontrar su boca y besarle. El roce tomó un cariz diferente... de
pronto se volvió palpación.
– Tienes un bulto
aquí – le dijo él en tono sombrío.
Ella llevó su dedo
al punto que su pareja le indicaba y sintió como algo en su
interior se derrumbaba. Bajo la piel de su aureola había aparecido
un garbanzo, pequeño, redondo, rotundo. Siempre le había dado
miedo practicar las palpaciones recomendadas por los médicos, las
analíticas, las inyecciones, todo aquello que tenía que ver con la
medicina le causaba pavor. Y allí estaba, por primera vez en su vida
un elemento extraño en su pecho. Se dio la vuelta en la cama,
buscando la soledad, el consuelo en una oscuridad que le aterraba de
niña y que ahora se convertía en su refugio para pensar que aquel
garbanzo no traería nada bueno. El pensamiento se fue en busca de su
madre, la mujer que le dio la vida, a quien se la llevo otro bulto
más oculto, pero mucho más doloroso para ella. Y se dejó mecer por
el recuerdo de su progenitora, la que siempre la cuidaba durante sus
enfermedades de infancia y adolescencia, en una noche triste, llena
de dudas, de temores.
Ya de mañana, se
fue al médico que la envió al especialista. En pocos días
recorrió el hospital de consulta en consulta, cirujano, mamografía,
ecografía, punción. Los días pasaron con preocupación, pero
dejando que la vida siguiera su rumbo. Al fin el resultado, tres
tumores benignos. Bueno, tan solo fue un susto, la vida sigue, la
suerte la acompañaba, como muchas otras veces. Soltó lastre y
continuó su día a día como de costumbre, con prisas, tareas por
aquí y por allá. Y pasaron ocho meses de espera para una nueva
revisión, cirujano, mamografía, ecografía y biopsia. Ella, segura
de que todo iría bien, acude a por los resultados, todo sigue como
antes, está convencida. No tiene dolores, el garbanzo sigue igual,
los otros tumores no se palpan. Espera en la sala tranquila, entra en
la consulta y se sienta en una silla como todas las que hay allí,
como muchas otras veces, todo será igual. De repente el veredicto;
los tumores ya no son benignos, son pequeños, pero son tres,
repartidos por el pecho, nada de ir juntos, ¿para qué?, cada uno
por su lado y aquel hombre menudo le dice: ahora son malos y hay que
quitarte el pecho completo. Recalca que son tres, que son muchos.
Ella intenta negarse la evidencia, en su cabeza argumenta que en su
vida no cabe algo así, que no tiene tiempo, tiene tanto que hacer,
tantos proyectos, tantas ilusiones...
El especialista,
con paciencia, aplicando toda su experiencia, le da los pasos a
seguir, no ha mencionado la palabra fatídica, pero es tan
evidente... Ella es una más en las listas que crecen y crecen cada
día, solo una mota de polvo en un universo enorme. Pero cuando sale
de aquella consulta el mundo ha cambiado. Sin darse cuenta se ha ido
a otra dimensión, en la que lo más importante es ella, pese a ser
una mujer, pese a que le enseñaron y la educaron, como a todas, para
pensar antes en los demás que en ella. El mundo se hizo pequeño,
todo lo que no fuera ella había perdido importancia, se había
difuminado.
Por momentos
recordó todo lo que tenía que solventar, el trabajo, los
exámenes... y de pronto pensó en ellas, lo había hecho cuando el
médico le dio el diagnóstico, pero las quito de su cabeza, no podía
pensar en ellas, le dolía tanto..., pero era algo a lo que había
que enfrentarse, lo más doloroso de la realidad, decirle a sus hijas
lo que había era algo a lo que no se podía enfrentar.
En su mundo
reducido las personas perdieron importancia, tan solo sus hijas y sus
padre, que ya se habían ido, estaban presentes cada día. La mano
amiga de un hermano la agarró, se convirtió en la columna de su
vida de naufraga, se recordó a si misma intentando sacar de aquel
pozo de la enfermedad a su madre, ella no lo consiguió, pero su
hermano tenía tanta fuerza... siempre lograba lo que quería, con su
tenacidad, su lucha constante. Y aquel hombre fuerte, hijo de su
padre, tan parecido a él, la aferraba con una mano grande, que todo
lo abarcaba, pero con la dulzura de aquella madre que con otra mano
más armoniosa la consolaba siempre.
Las personas
perdieron importancia, el mundo se había reducido a su marido, sus
hijas y su hermano. Los elementos de la naturaleza se desarrollaron
hasta puntos inimaginables, el mar fue su fiel compañero, a él le
regalo sus lágrimas, que se llevo a las profundidades, que disolvió
como tantas otras, mientras acariciaba sus pies desnudos con la
lujuria de un amante, con la suavidad de una madre, con la fuerza de
la vida.
Cada día caminaba
el mundo, para impregnarse de él, para saborearlo así, con aquella
nueva versión que ella no había conocido antes. Encontró un cielo
distinto, plagado de nubes, de sol, de grises que la hacían sentir
como nunca antes había sentido. Buscaba la soledad para encontrarse,
furtivamente, con aquel nuevo mundo como si su enamorado fuera. Y
descubrió el trinar de los pájaros, el color de las flores, el
aroma de los árboles. Y la vida continuó, distintas, pero intensa,
como a ella siempre le gustó.
Y ahora, desde
la distancia, todo mereció la pena.
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