Filadi Curto
– ¡Mierda! – grité mientras miraba el plato hecho
añicos en el suelo.
– Iré a por la escoba. No, si parezco la Ratita
Presumida, escoba en ristre todo el día, y para lo que se nota...
Mientras limpio los restos de aquel lejano regalo de
boda, me surca una lágrima por la mejilla.
– Parece mentira, estoy en el mismo punto que mi
madre, mi abuela, mi bisabuela...
– ¿Pero tu estás tonta o qué?
Miro alrededor sin entender muy bien si he oído algo o
me he olvidado de que estaba acompañada.
– ¡Dios mío, si acabaré loca! Rematada, más bien.
De repente un pimiento se incorpora de un salto en el
frutero, es un pimiento verde, de esos de temporada para freír,
alargado y afilado en su extremo.
– No, no estas loca ¿o si? Da igual. Soy yo.
A mi de pronto me da un vahído.
– Será posible que ahora, de sopetón. No sólo
oigo, sino que veo al pimiento hablar y gesticular. ¿Pero..., con
que coño gesticula?
– El problema no es si hablo o no hablo, si me muevo
o no, el problema son esos sollozos que te dan de vez en cuando.
Estoy harto de pasarme la vida en ese frutero y ver como te preocupas
por la rutina, por no hacer de tu vida lo que deseabas, por no ver
progresos en las mujeres, por ser sólo una ama de casa y de ser,
además, una mala ama de casa. Y de verdad, no es normal que yo viva
en tu frutero, aquí perenne, un día o dos vale, pero un mes...
De pronto al sudor que se me estaba acumulando en todo
el cuerpo se le suma un puyazo agudo en el corazón al oír las
risitas de las naranjas, y ver como abren unos ojos enormes de color
amarillo (que feos, ¡verdad?)
– Estoy mal, muy mal, terriblemente mal. Yo esto no
se lo puedo contar a nadie porque me encierran.
– La verdad (dicen aquellas melindrosas con voz
chillona), es que no sé si harás algo bien, pero en los dos meses
que llevamos aquí nosotras ,hemos comprobado que para esto no vales,
chica.
Sueltan todas al unísono una carcajada, y no sé que
dolió más lo agudo de su sonido o lo certero del comentario.
– Pero bueno, céntrate mujer, céntrate.
Oigo decir en una esquina a una pelusa de cierto
volumen.
– ¡Dios mío! – grito-- a mi me voy a morir hoy.
Era asquerosa, realmente asquerosa, tenía restos de
todo, hilos de distintos colores, pelo rubio de Raquel, castaño de
Ana y el cobrizo de bote de la narradora, que encima estaba recién
teñida. Total, asquerosa, pero colorista, eso si.
– Trata de serenarte, esto es el estrés nada más.
Te tomas una pastillita, te relajas un poco y todos estos entes que
pululan por la cocina se volverán a su estado normal.
– ¡Eh, tu, cuidado con los insultos! Yo soy un
pimiento y lo tengo muy claro. Cosa que tu no puedes decir.
– ¡Tranquilízate!, por favor, María céntrate,
piensa en tus hijas, tu marido, tus hermanos, eso te ayudará.
La pelusilla se yergue.
– ¡Ja, que te lo crees tu! Pero no ves que el
problema esta ahí. Piensa en..., y en..., y en... ¿Cuándo vas a
pensar en ti?, en que no deseas seguir estando sola, en que te pesan
demasiado los problemas que nadie quiere compartir, con la pobre
excusa de no saber (disfrazando en realidad la pereza de hacerlo), y
con la certeza de que tirarás de ellos porque si no lo haces te
sentirás culpable una vez más. Esa losa de la culpabilidad por no
tragar con todo, te enterrará, pero “ala “ tu feliz habrás
hecho lo que se esperaba de ti y con eso compensarás la mitad de una
vida perdida.
–
Mira, la teoría ya me la conozco, pero dar una patada a tu vida no
es tan fácil, y menos cuando ¡nunca
has roto un plato!
1 comentario:
..Hay quien se siente pimiento y pelusa, espurriéndose para jalear a mujeres-multitarea-cofres-de-tesoros dispersas...
En fin, centrémonos, todas.
Que aquí tamos solo un rato.
Publicar un comentario