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El cotrofe - Eduardo Martínez

El cotrofe
Eduardo Martínez


¡Crash... sss!
-¡Putavirgen!
Lo primero que pensé después de oír todo esto, fue que se había roto un vaso, y que alguien había exclamado, seguramente sin saberlo, el oxímoron más habitual en este país. 
Probablemente había sido Juanjo, que acababa de entrar en el bar, con su pértiga en la mano, la que utilizaba para moverse por el pizarral donde trabajaba seleccionando las mejores piezas para los tejados. 
Yo estaba en la terraza, y no había nadie dentro cuando él llegó, aparte del dueño del local. Ni me molesté en entrar a ver que había pasado, estaba a gusto fuera, donde me daba el escaso sol de Febrero, aprovechándolo para tostar este vulgar rostro que me acompaña. Fue Juanjo el que salió:
-¿Qué pasó?- le pregunté.
- Acaba de caérseme un cotrofe.
- ¿Un qué?
- Un cotrofe, un vaso, ignorante- me gritó.
Pero ¿Por qué me contesta así? ¿Por qué me da voces?
Tendría que darselas yo él, y encima llama cotrofe a un puto vaso... un vaso es un vaso, eso es un axioma que nadie discute. Pues no, ahora resulta que se llama cotrofe.
Me encaro un poco con él, me amenaza con su pértiga. Intento calmarle, no nos vamos a pegar, nos conocemos de toda la vida, el pueblo es pequeño. Pero hay cosas que no hay que consentir.
Al final se va, pero incluso desde lejos, sigue amenazándome, levantando su palo hacia donde estoy.
Sigo allí un rato. Estoy encendido, Juanjo se ha ido, y me ha dejado una tormenta en mi cabeza, que da vueltas.
Al cabo de media hora, me levanto, y voy a ver a Juanjo a su casa, esto no puede quedar así, acabaría estropeando nuestra amistad.
Según me acerco a su casa, veo que está en el henar, sin duda preparando la hierba para el ganado. No me ha visto, pero ya estoy a la entrada de la cuadra. Suena una radio, creo que es la COPE. Espero que sea de verdad religioso. Meto la mano en el bolso del pantalón, allí está, como siempre, mi mechero. Lo utilizo, para eso está. Voy prendiendo la paja seca que hay a la entrada. Y me alejo unos metros. En pocos segundos, el henar, la cuadra, y parte de la casa, son una bola de fuego.
Durante menos de dos minutos, oigo a Juanjo gritar, buscar una salida. Su voz se confunde con los alaridos de los animales, ¿quién es quién?
Espero que le diese tiempo a aprender la lección; no hay que dar voces a los amigos, porque pueden dejar de serlo. Le he cambiado esa lección, por otra que él me dio; que un cotrofe es un vaso.


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