Julio César González
El
piano es un ataúd con la tapa levantada, pero su música no está muerta. Cada
noche, alguien se sienta frente a él, oprime sus teclas de marfil y ébano, y
las notas resuena
n en la pequeña habitación. Al igual que vampiros, penetran en los oídos del vecindario, absorbiendo sus neuronas a ritmo de reggaeton. Menudo tostón.
n en la pequeña habitación. Al igual que vampiros, penetran en los oídos del vecindario, absorbiendo sus neuronas a ritmo de reggaeton. Menudo tostón.
Los
vecinos golpean y regolpean las paredes, intentando acallar ese infernal sonido
que les perfora las sienes, pero es imposible, porque el pianista está sordo.
De otra manera, no podría tocar semejante idiotez. Al igual que Beethoven, sus
oídos no funcionan, pero a diferencia de Beethoven, su gusto musical tampoco.
La
policía llama a su puerta, no son horas de hacer ruido, porque aquello no es
música, es ruido, supera los decibelios permitidos en la escala de la
humanidad. Nadie responde, nadie abre la puerta, nadie oye las súplicas. Hay
gente que mañana trabaja. Sí, todavía hay gente que trabaja y gana dinero, para
desgracia de los políticos. Pero no pueden dormir, porque la música del ataúd
con forma de piano les impide conciliar el sueño. Es una de las pocas cosas en
las que aún no habían sufrido recortes, hasta que el nuevo vecino se instaló en
la buhardilla con su piano mortal.
Un
inquilino pensó en sacar la escopeta y volar la cerradura de su puerta con un
certero disparo (a menos de medio metro, cualquier disparo es certero, no te
jode), pero le avisaron del estruendo que podría formar en el edificio al
apretar el gatillo, a lo que él respondió “¿Te parece poco estruendo el que
forma este capullo con el piano?”.
Poco
más tarde el pianista se detuvo, dejó de tocar, y los vecinos pensaron “por fin
se acabó la tortura, podemos respirar”. Error. Diez segundos después de haberse
parado la música, volvió a empezar, acompañada de trompeta y batería. Sus
amigos, también sordos, habían venido de visita y ensayaban su última pieza,
“Adagio para Trompeta, Batería y Piano en La Menor”. Y los vecinos pensaron “La
Menor dignidad para tocar es lo que les falta a estos tres”.
Y así
transcurrió la noche, entre notas estridentes y gritos de vecinos cabreados.
La
mañana amaneció silenciosa. El vecino molesto estaba durmiendo. Pronto haría
las maletas. Se mudaba. No quería seguir en aquella buhardilla. Los vecinos
gritaban demasiado. Hasta él, que era sordo, los había oído.
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