Tal vez, ni yo misma pensaba que pudiese vivir unos días de ensueño, pues siempre a este concepto le solemos poner unos límites tan elevados é irreales que nos parece muy difícil de alcanzar, al menos en este mundo…
Pero, en esta ocasión, ¡Se produjo el milagro!. El pasado fin de semana, me fui de excursión a un precioso y conocido pueblo de la montaña de Cantabria, famoso no por su tamaño, sino porque allí nace el Río Ebro.
Era el pueblo donde viví mi infancia y allí recuerdo fui muy feliz , pues a una niña de pueblo cualquier cosa le hace sentirse bien: los animales, las flores, el río, las montaña y un sinfín de recuerdos que al llegar a la edad adulta se magnifican. Quizá fuese porque no necesitábamos tantas cosas como en el momento actual y nuestro entorno nos procuraba todo lo necesario, pues ¡no conocíamos más! .
Los niños allí, nos sentíamos libres y felices, jugando y descubriendo todos aquellos misterios, de la naturaleza que nuestra mente infantil podía imaginar: buscábamos los huevos en los nidos de los pájaros y observábamos su nacimiento posterior así como el de otros animales: vacas, cabras, ovejas, etc., viendo con entusiasmo el milagro de la vida y la lucha por la supervivencia de las especies hasta su desaparición. ¡Todo parecía sencillo a esas edades!.
Recuerdo que mis padres nos decían: -“tenéis que aprender a ser como ellos y a vivir por vosotras mismas a lo largo de vuestra vida, luchando en los momentos difíciles, que siempre acaban apareciendo”-.
El volver a recordar aquellos años, me supuso una emoción muy especial. Empezaban los árboles a teñirse de los maravillosos colores del otoño y sus hojas iban desprendiéndose poco a poco debido al ligero viento que soplaba. Paseando al lado del río iba reviviendo todas mis andanzas infantiles aunque también recordaba aquellos lugares cubiertos de mucha nieve, pués los inviernos eran extremadamente duros y, en aquel entonces, los equipamientos de las viviendas eran mínimos. ¡Cuánto se progresó desde entonces!..
Al pasar por delante de la escuela me entró una cierta nostalgia, estaba cerrada y muy deteriorada, ahora; apenas hay niños en el pueblo. Mis primeras letras y números los aprendí allí. Me parecía que éramos muchísimos niños y niñas todos juntos y de todas las edades. Los más mayores nos enseñaban a los pequeños y la señorita poco a poco se iba organizando. Este capítulo se presenta en mi mente un tanto agridulce, por un lado la maestra nos castigaba con frecuencia cuando no sabíamos la lección y sobre todo la tabla de multiplicar. En otras ocasiones cantábamos y jugábamos durante el recreo con gran entusiasmo y alegría. Lo peor de todo era el invierno; pues pasábamos mucho frío y lo único que nos producía calor era el golpe de la regleta, de la maestra, sobre la palma de las manos cuando fallábamos en los cálculos. Por lo contrario y como muy positivo disfrutábamos enormemente con todo lo que nos contaba de: geografía, historia, ciencias naturales, etc., ya que ¡nos hacía soñar é imaginar otros mundos y lugares muy diferentes!.
Al visitar la iglesia sentí una gran emoción, pues allí recordaba de un modo muy especial, el día de mi Primera Comunión. Este hecho supuso para mí un gran acontecimiento en mi vida. ¡Con qué fervor rezaba ante el altar pare recibir a Dios con aquel precioso traje blanco que mi madre había conseguido en las monjitas!.
También reviví los meses de Mayo que llamábamos “de María y de las flores” donde por las tardes, recogíamos rosas, margaritas y otras plantas del campo y las llevábamos al monumento que previamente habíamos hecho en la Iglesia para ofrecérselas a la Virgen entre cantos de “Venid y vamos todos, Oh María Madre mía, etc……”, a la vez que recitábamos poesías de diferentes poetas que mi madre, me enseñaba, mientras cuidada el ganado en el monte de: Lope de Vega, San Juan de la Cruz y de algunos otros cuyo nombre que ya no recuerdo. Hacíamos competiciones entre todos los niños para ver quién recitaba mejor sin que se le olvidase la poesía con los nervios del momento… Y ¿Cómo no?, también vinieron a mi mente, aquellas misas de difuntos y funerales, donde los vestidos y mantillas negras de las señoras que habían perdido algún ser querido unido a las velas enormes, liturgia y cánticos fúnebres daban al acto un aire un tanto tenebroso, alimentado a su vez por el misterio de: la muerte, infierno, cielo, purgatorio y todos aquellos rituales tan extraños que mi mente infantil no comprendía ni entonces ni ahora.
Mi antigua casa era un molino sobre el Río Ebro, que ya había sido derribado, pues con los cambios en las formas de vida ya no era necesario. En aquel molino recuerdo había una centralita eléctrica que suplía de luz a mi pueblo y otros del entorno y allí, en invierno, nos reuníamos por la noche al lado del generador que, al producía un calor extraordinario, nos permitía paliar el frío. En este lugar mis padres y vecinos, después de cenar se juntaban para leer novelas, contar historias y en, ocasiones, los chismorreos y acontecimientos del pueblo de toda índole, que hacían pasar momentos muy entretenidos y acortar un poco la noche.
El Domingo, en la villa de Reinosa, disfruté mucho de un precioso desfile de carrozas construidas por los jóvenes de cada uno de los pueblos del entorno y donde, sobre cada una de ellas, se reproducían escenas costumbristas del pasado: siega, trilla, cabañas de los puertos , oficios tradicionales, etc. compitiendo entre ellos a ver cuál de ellas era la mejor del Concurso. Acompañaban el desfile gentes de todas las edades engalanados con trajes típicos y animados por grupos folclóricos y rondallas que tocaban y cantaban canciones tradicionales. ¡Una maravilla de espectáculo para los que tenemos raíces en aquella “tierruca.”
Todos estos hechos, que relato, unido a mi re- encuentro con amigos de la infancia, familiares y vecinos del pasado y una exquisita gastronomía fueron los que me permitieron gozar de esos “días de ensueño”, que como imaginaréis no tienen de especial nada más que los recuerdos endulzados con la nostalgia y el paso del tiempo.
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