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El Pequeño Otero - Filadi Curto

El pequeño Otero
Filadi Curto




Cada día, cuando Marta llegaba del trabajo, dejaba que el pequeño Otero pasease a sus anchas por toda la casa. Él recorría cada habitación, cada rincón, con esa alegría que da la libertad, la oportunidad de hacer sin que nadie te diga ni como, ni el que. Parecía enloquecido corriendo de un lugar a otro, rozando las esquinas con su cuerpo redondo. De vez en cuando Marta echaba un vistazo para ver si todo seguía en orden, si Otero estaba bien. Él continuaba con su trajinar, balbuceando palabras en inglés con la certeza de que le estaban escuchando, pero Marta a lo suyo, sin preocuparse del parloteo del pequeño. Hay que entender que ella llegaba cansada del trabajo, que cada mañana le costaba más dejar la cama, que se preguntaba que pecado había cometido para tener que ganarse la vida. Y es que Marta es una mujer exquisita donde las haya, nació para disfrutar de mil y una delicatessen pero está atrapada en un mundo corriente, normal, con todo lo que ella lleva dentro...
Marta todavía recuerda aquel día en el que supo de la existencia de Otero, no lo pudo remediar, se enamoró al instante de él, antes de verlo ya se dijo “tiene que ser mío. Jose, su marido, no podía entender ese apasionamiento. Ahora allí estaba Otero, como uno más de la familia. Ella se acostumbró a compartir la vida con él, a sentir sus ruiditos suaves hasta que ocurrió lo que tenía que ocurrir:
Era un viernes, es que los viernes son los últimos días de trabajo de la semana, son esos días en los que Marta al despertar se abraza a su almohada y le susurra: “Mañana te compensaré de estos abandonos”, con cansancio, Marta dejó corretear, como siempre, a Otero en libertad. Al principio le oía de acá para allá sin parar, y es que nada agotaba a Otero, al contrario que Marta, ella parecía vivir agotada, por eso no se dio cuenta, no se percató cuando Otero dejó de hacer ruido. Llegó la hora de cenar y Marta dio un grito. ¡Otero! José su marido no entendía, miró a Marta como si estuviera loca.
– ¿Dónde está Otero? Preguntó Marta,
José abrió los ojos y salió al pasillo, empezaron a buscar por las habitaciones de la planta principal, subieron al primer piso, al bajo cubierta, bajaron al garaje. No había señales de Otero por ninguna parte. Marta no se podía controlar, casi lloraba, se lo imaginaba despanzurrado por cualquier parte y José pensaba, “cada vez entiendo menos a esta mujer”. Volvieron a subir a la planta principal, buscaron bajo los sofás, las mesas, las estanterías, había desaparecido, no había rastro de él. Marta se sentía culpable, se había olvidado de Otero.
  • No puedo vivir sin él – repetía Marta entre sollozos.
¡Qué paciencia hay que tener con esta mujer! Pensaba José mientras respiraba hondo y subía las escaleras. Volvió a la habitación principal, se arrodilló en el suelo para ver mejor bajo la cama y le pareció encontrar algo extraño bajo el cabecero, en la esquina que quedaba junto a la mesilla de noche. Era Otero, allí estaba solo, en silencio, sin hacer ruido.
  • Marta, ya lo he encontrado – dijo Jose con desgana, mientras lo sacaba con cuidado del rincón oscuro en el que había quedado como muerto.
  • ¡Ay! ¡Mi pequeño Otero! – dijo Marta a la vez que lo cogía en brazos para comprobar como se encontraba.
– ¡Venga ya estuvo bien! deja el dichoso aspirador y vamos a cenar. ¿No ves que se le descargó la batería?




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