Mercedes González
.
Relato escrito para el taller de escritura creativa EL COTROFE VOLADOR
En
él, tiene que aparecer un personaje que reúna las siguientes
características: Catedrática de estadística, prostituta, alta, fea,
lleva dentadura postiza, marido irlandés, 3 hijos, habla búlgaro, DNI y
pasaporte caducados.
Cuando
terminé los estudios primarios y secundarios, mis padres me enviaron a estudiar
al mismísimo centro peninsular. Lejos del mar.
Allí entre todas las opciones que podía elegí una carrera estupenda para
mí, una de las que yo llamaba inmaterial,
que no tuviera que tratar con cosas tangibles,
que no tuviera contacto con seres o enseres, que fuera in-oloro e insípida Bajo todos esos supuestos opté por matricularme en la Escuela
Universitaria de Estadística (UCM)
y estudiar la carrera de Estadística Aplicada. Cuatro años de mi juventud los pasé, jugueteando con los números, con los
algoritmos, con las ecuaciones. Los números se convirtieron en música celestial
para mí. Pero no sólo tenía relación con ellos también me rodeaba de
estudiantes que como yo, amaban los números y las probabilidades pagadas estadísticamente con cerveza.
Una
tarde de marzo, entré con mis compañeros de clase en un pub irlandés para celebrar el día de San
Patricio y allí conocía a Conor.Irlandés de varias generaciones. Nos
presentó un amigo común y enseguida nos
sentamos juntos a contarnos todo lo que nos dió tiempo sobre nosotros mismos,
los dos estudiábamos carreras de ciencias, los dos queríamos dedicarnos a la enseñanza,
los dos programábamos preparar unas oposiciones. Así pasaron varios años de
estudio y esfuerzo. Los dos entre números y ecuaciones sacábamos tiempo para
repasar una y otra vez nuestra piel hasta conseguir casi al mismo tiempo, la
ansiada cátedra en la universidad.
Enseguida nos casamos y pudimos
adquirir una casa a las fueras de la ciudad, rodeada de un denso y oloroso
bosque de pinos. Allí construimos no solo nuestro hogar sino el de nuestras amistades que venían
siempre que podían a disertar sobre la mecánica que mueve el mundo y a asar
carne a la brasa.
Yo no había vuelto a probar
el pescado, ni siquiera en lata. A Conor tampoco le gustaba mucho así que no
teníamos ningún problema con ese alimento, cuyas propiedades sustituíamos con
otros.
Las vacaciones las dedicábamos a
recorrer países no importaba en que contiene
estuvieran, viajar y conocer gente era para nosotros vivir otras vidas.
Un verano, fuimos a por nuestros
billetes de avión a la agencia y pagar el importe me di cuenta de que mi
pasaporte y mi DNI estaban caducados, que fatalidad, habría que anular los
billetes pues seguramente no nos dejarían pasar ni del mostrador de facturación. Así que decidimos irnos, por
primera vez a disfrutar del verano al
pueblo que me vio nacer. Llegamos allí en coche, hicimos un viaje estupendo,
parando en cada flor, en cada montaña, en cada parcela llena de espigas.
Antes de entrar en el pueblo
quise enseñarle a Conor el faro que se encontraba en un acantilado precioso. Anochecía,
había una tenue luz, pero así la primera
impresión del pueblo, con el imponente faro encendido sería sorprendente para Conor. Aparcamos el coche delante de la cadena que cerraba
el paso al faro y nos fuimos andando por el camino de la izquierda que yo
recordaba de fácil recorrido que conducía directamente a la vista más bonita
y más abrupta del acantilado. Bajamos riéndonos y agarrados de la mano mientras
las piedras rechinaban bajo nuestros pies y de repente, tropezamos y nos fuimos rodando sin saber cómo hasta
chocar contra una roca. El golpe me detuvo en seco contra ella, mi cara se
estrelló literalmente contra su dureza y Conor siguió cayendo hasta que oí como el agua engullía su cuerpo. Perdí el
sentido, perdí el conocimiento...lo perdí todo.
Me despertaron en una habitación azul como el
mar y me miraban unos ojos con cara de espanto. Mis familiares y algún vecino
del pueblo estaban allí. Busqué con ansia los ojos de Conor y no los vi. Mi
hermana se acercó a mi oído y me dijo en voz
baja….no le hemos encontrado…siguen buscando…el mar…la noche…las
corrientes…no te preocupes. Creí ver la zona abisal a mis pies.
Aquel día mi vida giró como
tantas veces se giran los ángulos de 180 º
Pasó un año hasta que mi cara
volvió a tener un aspecto casi normal, como la rotura del hueso fué tremenda tuvieran
que extraerme todos los dientes para poder realizar un injerto de hueso de tal
manera que los pómulos y la mandíbula volvieron a ocupar su sitio.
Así pues mi alimentación durante
ese periodo consistía en purés tremendamente triturados y la mayoría eran, como
no , de pescado por aquello de tomar omega tres, fosforo y calcio tan necesarios
para los huesos.
Me incorporé pasados unos meses más
a mi nuevo mi puesto de trabajo con una
beca para realizar un estudio, con lo cual no tenía que exponerme a las miradas de mis alumnos. Me gustaba más mirarlos yo a
ellos a través de las cristaleras que había en las dependencias donde yo pasaba
mi horario habitual.
Por las noches me resultaba
imposible dormir. Dicen que los peces no duermen. Cuando rara vez lo conseguía
siempre me veía bajo el agua del mar, buscando a Conor.
Así que empecé a salir por las
noches, casi siempre acababa en el pub irlandés de mi juventud. Entre cerveza y
cerveza siempre conocía a algún irlandés nuevo….y sola o acompañada siempre veía amanecer.
La colección de hombres que
pasaron por mi cama, empezó a parecerse a un acuario, los había de todos los colores, los
había de agua salada, la mayoría y otros de agua dulce.
Y yo no sé como empecé a sentirme como pez en
el agua. Alguna vecina por eso dejo de hablarme y a mi casa lo llamaba el prostíbulo.
Pero yo no me metía con nadie, Me dedicaba por la mañana al estudio de la
estadística aplicada y por las noches a soñar que encontraba de nuevo al hombre
de mi vida a cambio de poner mi cuerpo entero en el empeño.
Por las mañanas aplaudían mi claridad para los
números y por las noches me alagaban con hermosos regalos y yo solo tenía que
agradecérselos con besos de pez.
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