Mercedes González
Siempre
que oía chirriar aquella puerta a su espalda…se imaginaba que lo provocaba un espíritu etéreo que entraba sigilosamente, se paraba y la
observaba detenidamente desde el quicio de la puerta. Ella imperturbable, petrificada
esperaba siempre unos segundos, aguzaba el oído para, escuchar atentamente
cualquier sonido, un leve movimiento, una
respiración, algún indicio de que lo que ella imaginaba, se convirtiera de repente en realidad. Nada sucedía.
La
pantalla del ordenador le reclamaba para seguir con su trabajo.
Aunque
se ponía siempre una agradable chaqueta de lana larga hasta la rodilla para
trabajar, sintió una ligera corriente heladora. Recorrió sus pies, subió por sus pantorrillas, los muslos, la espalda hasta
la nuca. Siempre tenía la costumbre de sentarse frente al balcón y así poder recibir la luz más directamente
sobre lo que estaba leyendo. Esa luz que en días soleados traspasaba
vaporosamente el visillo y la tamizaba de una manera especial.
Esa
mañana la luz provenía de un sol sin apenas fuerza dado que se estaba instalando el otoño. Desde
la ventana, ella observaba, le abría al
mundo exterior aunque permaneciera
siempre bien cerrada. Las nubes aparecieron poco a poco, sin esperarlas. Y empezaron a descargar con fuerza .En los días en que llovía,
la lluvia chocaba con fuerza contra los cristales y las enormes gotas de agua
se peleaban en el alfeizar por saltar cada una con más fuerza que la anterior.
Aquel
día había escuchado chirriar la puerta desde muy temprano al mismo tiempo oía una cancioncilla que le acompañaba, que le
resultaba familiar. Retumbaba suave desde algún lugar de la casa, pero a lo
lejos .Ella se levantó y miró al fondo
del pasillo le parecía distinguir la melodía de
una nana…”duérmete niñada…duérmete ya”.
Sin
darle importancia, volvió a su ordenador delante de aquella otra ventana abierta al mundo y siguió
escribiendo aquel documento que le corría tanta prisa. La nana, volvió a sonar…”duérmete
niña…duérmete ya, que viene el…”
Qué
extraño, musitó en voz baja, se acercó a su aparato de música, pensó en encenderlo y así poder concentrase mejor. A tientas buscó el
botón de encendido y ¡zas! una corriente seguida de una chispa hizo saltar su mano del interruptor. Dolorida por
la descarga, se chupó mecánicamente el dorso de la mano. Decidió seguir con su
trabajo, aunque fuera sin música.
La
cancioncilla se volvió a escuchar, esta vez ya no parecía tan lejana.
La
luz exterior apenas le permitía distinguir
las letras del teclado así que optó por encender una lámpara de sobremesa,
situada a su izquierda. Extendió su mano, esta vez con cautela, con un temblor extraño en su brazo. No se
escuchaba nada.
La
cancioncilla había parado. Encendió.
Al
hacerlo una sombra extrema, desbocada apareció detrás de ella. Sin apenas
moverse ,esperó como hacia siempre, a que ese frio desapareciera, no se atrevía a balancear
siquiera la cabeza, su pelo largo le tapaba el cuello, aun así un soplo helador
le recorrió esa parte de su cuerpo.
Esta
vez escuchó un susurro nítido, fétido,
gélido... en su oreja, que perfectamente decía:
“Duérmete
niña duérmete yaaaa ... que viene el coco y te comeraaaaaá….”
Se
volvió de repente, todo su cuerpo se
tensó….Allí estaba.
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