Lucía Pravia
El debate empezaba a parecerse más a una
batalla campal. Eran cuatro, pero sólo gritaban dos, cada uno, obviamente, con
posturas diametralmente opuestas. Y es que el tema no era para menos... Uno
esgrimía que, aunque era heterosexual, no se cerraba a probar el sexo anal; por
algo se decía que el que probaba repetía.
El otro se levantó para que sus gritos sonaran desde más alto. Uno de los que no hablaban, el de la cara de póker, bisexual no confeso, se ofendió tanto con las razones retrógradas y xenófobas que vomitaba, que decidió gastarle una pequeña broma. Afortunadamente la silla era de mimbre, así pudo encajar su bolígrafo de manera que apuntase al recto del ofensor.
Éste, cuando dio por terminado su razonamiento, se sentó con el mismo brío con el que había hablado. Se oyó tela romperse, y un ahhh que sonó más a sorpresa que a dolor.
Sin decir nada, fue al baño a sacarse el bolígrafo de su desvirgado ano, y se marchó.
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