Lucía Pravia
Relato inspirado en la fotografía
Sé que parezco un
hombre gris. Así me ve la gente. En la oficina mis compañeros sólo se acuerdan
de mi cuando me necesitan. Hasta cuando saludo soy invisible... O casi. Sólo
hay una compañera que me contesta, pero es tan tímida que apenas se aprecia su
sonrisa. No llega a emitir luz.
Sí, he dicho emitir
luz, y lo digo literalmente. Y es que tengo sinestesia. Es cuando un estímulo
es interpretado por más de un sentido. Yo la vivo como un regalo. Cuando la
gente habla las palabras tienen color. ¿Qué color? Pues depende del ánimo o la
intención. Pero sé cuando me mienten. También leo el lenguaje corporal de
manera especial. No es como ver el aura, creo… Por ejemplo, Teresa, la chica
que me contesta cuando saludo, es muy especial, aunque no lo sepa. Tiene la
ilusión de una niña, la determinación de una guerrera y el sentido común
correspondiente a su edad, que viene a ser más o menos la mía. Para explicar
cómo veo eso sólo se me ocurre compararlo con pinceladas de diferentes colores
y texturas, que he aprendido a identificar con los años. Su timidez, por
ejemplo, es como una neblina que quisiera apagar todos los demás colores.
Muchos se ríen de ella por su timidez… Los mismos que no me ven a mí. Ellos son
los grises y anodinos.
Me interesa esa
chica, no lo puedo negar. Sé cuándo está contenta, triste, cansada… Me lo dice
el brillo de sus ojos o los colores que emite. También podría saber el estado
de ánimo del resto de compañeros, pero, sinceramente, no me interesa.
He decidido ayudarla
a romper con su timidez, aunque todavía no sé cómo. Pero hoy no he podido
resistir el impulso y la he dejado una nota en su mesa. Está tan radiante con
ese vestido nuevo… En cuanto lo leyó su sonrisa iluminó la sala los segundos
que duró. Me buscó con la mirada, pues había firmado la nota para que no
pensase que era una broma de los demás. Le guiñé un ojo y ambos tuvimos que
volver a nuestras tareas. Me sentí tan bien por haberla hecho brillar de
aquella manera, aunque fuese unos segundos….
Un compañero se acercó
a mi mesa con un montón de papeles para mí. Su explicación, tan torpe como
parca, salió de su boca con letras de color marrón, sucias. Supe que lo que
tenía entre manos era algo, como mínimo, irregular, y que por eso me soltaba el
resto del papeleo. Pero siendo casi recién llegado y con un contrato tan
precario obviamente no dije nada. Coloqué su pila de papeles junto a la que ya
tenía en mi mesa, sin mezclarlos, y le prometí que lo haría lo más rápido que
pudiera. Se marchó sin darme las gracias y el peso que llevaba en la espalda
era ahora algo más ligero.
‒
¿Estás bien? Pareces preocupado… ‒
Oí la voz de Teresa y me estremecí con su musicalidad. Disimulé como pude,
puesto que ya estaba a mi lado aunque no la había visto llegar.
– No es nada – La
miré a los ojos. – Deberías sonreír más.
– ¿Por qué tu no
sonríes nunca?
– Es largo de
explicar.
– Pues esta noche no
tengo planes… si te apetece… bueno
– ¿Me estás pidiendo
una cita? – le pregunté, mientras le acariciaba la cara y sentía esa
electricidad tan placentera recorriendo mi brazo.
– Pues… – Ruborizada.
– Supongo que sí.
– Me encantaría, y
esta noche me viene perfecto… Sólo espero no asustarte…
– Una persona que no
sonríe tiene que haber sufrido mucho… – Dijo ella, pensando en alto.
– No es eso para nada.
Pero prefiero explicártelo a solas. Te llevo a casa cuando salgamos y te lo
cuento mientras tomamos unas cervezas.
Percibí su
nerviosismo, pero también vi ese color entre verde y azul que pocas veces había
visto. Lo interpreté como ilusión, junto con el cosquilleo típico de una
primera cita, y volví a acariciarla en la cara para sentir esa descarga que
tanto me gustaba.
Ya en casa le hablé
de mi peculiar forma de ver el mundo, y le expliqué que siempre tenía cara de
póker porque me había entrenado para ello. Con tantas sensaciones, si dejase
que mi cara las mostrase me tomarían por loco.
– De ahí tu timidez… – dijo ella
– Sí… ¿De dónde viene la tuya? Eres preciosa, excepcional…
– Dije con dulzura.
– Sólo tú, con esa mirada especial, eres capaz de verme
así. Para los demás soy excéntrica, infantil…
– No les hagas caso, no te conocen – La interrumpí
– ¿Y tu sí? – Preguntó ella en parte por curiosidad y en
parte para probarme.
– Mejor que ellos, pero menos de lo que me gustaría. –
Teresa sonrió conforme con la respuesta. – Si no te asusta cómo soy, podríamos
intentar… – Me interrumpió con un beso en la boca. Lento, intenso y saboreado.
La descarga de felicidad que sentí me inundó hasta lo más profundo de mí ser.
– Lo tomaré como que no te asusto… – Y me dí cuenta de que
estaba sonriendo.
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