Eva Rodríguez
Inadvertidamente, la hecatombe se cernió sobre ellos el día infausto en que
Alexander, el padre, murió.
El juicio contra el pederasta que destrozó la vida de Arcadio siguió su curso
pero, sin la presencia del padre, la defensa perdió fuerza; la sentencia,
desproporcionada por leve, no fue apelada y al estigma se añadió la ignominia.
Cuando también falleció Petra, nodriza de Arcadio y adlátere de Ada, la madre
que no conocieron, la melancolía los invadió como una gangrena y acabó llevando a
Alicia a la misantropía y a Arcadio al suicidio. La casa familiar se fue arruinando y
el jardín se convirtió en una jungla donde anidaban las sabandijas y sólo los
pájaros y los perros vagabundos se llamaban día y noche.
Alicia, la última de la saga, apareció una mañana cubierta de rocío, sentada en el
umbral de la gran puerta de roble. Sus hermosos ojos azules parecían observar
fijamente el anillo con la inicial de sus nombres, pero tenían el ensimismamiento
de la muerte.
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