Filadi Curto
Me acerqué con cautela, sin saber que
había más allá de la cortina que enturbiaba los ojos. Su aliento acuoso me
humedeció el rostro mientras caminaba
perdida. Sin más guía que el lejano murmullo proseguí el camino, hasta encontrarlo,
hasta invadirlo. Me recibió con caricias, lamiendo mi piel, como si todo le
fuera ajeno. Cerré los ojos para disfrutar, para imaginar las yemas de sus
dedos, casi imperceptibles, invisibles, paseando mis pies, mis tobillos, mis
piernas. De repente se fue, volvió, abruptamente me rodeó las rodillas, escaló
entre mis muslos, gemí. Oí sus sollozos cuando se alejaba de nuevo. Y supliqué…
Vuelta la envestida… y la retirada…
-¿Por qué me hace esto?
Solo un deseo, estar en él y él en mi.
Entregada, comprendí que nunca me
pertenecería. Pese a darme a él por entero, pese a abrir mi cuerpo y mi corazón
sin pudor, sin recato, por necesidad, por egoísmo. Me concentré, entonces, en disfrutar de cada paso entre su dulce
vaivén, en aspirar su aroma profundo a vida y ahogar mis suspiros entre su
rumor inmortal. Me emborrache de él, a sabiendas de que, para mi amante, tan
solo era una más, uno más….
La eternidad pasó en un instante y consentí… una y mil veces…
Y desde entonces le busco. Prefiero
encontrarle los días lluviosos y fríos, pues es entonces mío, solo mío.
Al final, acepté compartirlo, es tanto lo que me da,
que me conformo con ser una más.
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