Eduardo Martinez
Te invento. Te invento en cualquier
rincón de casa.
Este
cariño -inacabable- sin cuerpo al que abrazar. Sin labios
que rozar…
Salgo.
Salir para que no me grite la soledad.
Pero la tarde y la calle no me
traen nada nuevo. Solo aire tantas veces respirado.
Inútil ya. Y a pesar del día
soleado, una lluvia infinita del pasado me persigue.
Ya
de vuelta, en mitad de mi calle y del trayecto, un letrero verde escandaloso
de LIBRE, me invita a entrar en las
entrañas de la tierra. Y me lo pienso, me lo
pienso… Pero esta luz de tanatorio -seca, neblinosa- que va conmigo, me dice que no,
que mejor en casa.
pienso… Pero esta luz de tanatorio -seca, neblinosa- que va conmigo, me dice que no,
que mejor en casa.
Sentada
a la entrada del portal, como al final del último autobús del día, de un
día cualquiera, una chica. Con cara joven y cansada –quizá enferma de hostelería- me
día cualquiera, una chica. Con cara joven y cansada –quizá enferma de hostelería- me
recuerda con su mirada ausente pero esperanzadora, que
puede que algún día alguien
me vuelva a mirar así.
Ha
sido -quién lo iba a decir- un buen día…
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