Eduardo Martinez
Mi
corazón de plomo, gime. Se va descomponiendo con su
trémulo
palpitar.
Tengo que desaprender a amarla.
Tengo que desaprender…
Vivir y morir en el mismo minuto.
Hondo. Doliente.
Añorar
un aroma. Una voz.
Triste como un niño sin regalos el
día de Reyes, así quiero vivir. Así,
entre
la pena y la desilusión. Castigo que haga olvidar todo lo demás.
En todos los espejos, pómulos
hundidos, abrumadora muestra de
los
dolores del alma, de los insomnios sufridos, de la falta de todo.
En la cocina, una pequeña pizarra
blanca pegada en la nevera. Escrito
en
ella, un ¨te amo¨ que se ha escrito varias veces a lo largo del tiempo, por
diferentes
manos. Y nunca ha sido garantía de nada. Nunca.
En el salón, un cojín descosido, me
recuerda una pelea con ellos,
entre
carcajadas y cariño. Y el inexplicable silencio de ahora, haría creer a
cualquiera que estoy loco, que nunca pudo haber aquí risas o besos sonoros.
Mi habitación, echa de menos las
caricias diarias que en ella surgían a
borbotones,
como sin querer, como sin esperarlas siquiera. Aquí, sentado en
la
soledad de la cama, una voz que no existe, me susurra si podré sentir algo
parecido
de nuevo. Si podré permitir que alguien vuelva a ocupar todos estos
lugares
otra vez.
Tengo que desaprender a amarla.
Tengo que desaprender...
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