Eva Ortiz
Se levantó y miró por la ventana de su habitación, que daba a la llanura donde se extendía el henar; más allá, la negrura azulada del pizarral. No se veía nada. Aún no había amanecido. Y tuvo miedo. Había algo o alguien en el exterior y echando mano de su apenas existente valentía y de una pértiga que colocaba siempre al lado de la puerta, salió de la casa y se dirigió hacia el silo que guardaba el heno que puesto a tostar, serviría de alimento al ganado.
Iba en zapatillas y camisón, y el aire frío le hirió la cara. Empujó la puerta del granero y encendió la luz. Y allí estaba la causante de su inquietud: Palmira había parido 4 preciosos cachorrillos, que indefensos, aullaban en busca de comida.
2 comentarios:
Ayyyyy, me encantó Eva, ese final tan tierno. Lo que parecía un episodio de terror se convierte en algo muy dulce. Es un giro estupendo. Le dices a tu hijo de mi parte que no minusvalore a su madre, que está equivocado de parte a parte. Un besito.
Gloria
Eva , muy valiente!!! esta genial.
Merche
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