Filadi Curto
Cada noche se sentaba ante al espejo de su habitación. Cepillaba su
cabello con el antiguo cepillo de plata y cerdas naturales que
siempre había vivido sobre el tocador de su cuarto. Miraba al otra
lado del espejo y día tras día se encontraba así misma repitiendo
los mismos movimientos, viendo el mismo rostro, perdiéndose en la
profundidad de sus ojos.
Llevaba setenta años repitiendo aquel gesto, pero un día
descubrió que al otro lado del espejo ya no estaba la misma imagen,
su morena melena se había teñido de blanco, sus ojos pardos había
perdido el brillo y su rostro se había descolgado, de repente, sin
avisar.
A partir de ese momento, cada noche, analizaba la imagen que
encontraba al otro lado y no se reconocía. Buscaba en derredor de la
desconocida que tenía ante sí, para encontrarse y no veía más que
la replica de su dormitorio.
Cada noche delante de aquel espejo, el desasosiego la invadía,
encontraba a la mujer del pelo blanco, de los ojos tristes, del
rostro anciano, se desesperaba buscando sus facciones sin
encontrarlas.
Una noche, decidió hablar con la mujer del otro lado, comenzó a
contarle como era ella, para ver si aquella dama podía encontrar su
imagen. La ingrata que estaba enfrente repetía sin cesar su mismo
gestos, parecía hablarle cuando ella hablaba, pero no conseguía
oírla, era incapaz de entender sus palabras.
Cada vez era más difícil permanecer de cara a aquella desconocida
y contarle como era ella, preguntarle donde habían llevado su
reflejo, la anciana no contestaba.
Cada noche al sentarse frente al espejo, se daba cuenta que había
perdido un día más de su vida, como si de una cuenta atrás se
tratase, hasta que la descripción de su imagen llegó a su niñez,
pero no encontró a una niña en el reflejo, tan solo a la dama de
cabellos blancos, de los ojos tristes, del rostro anciano.
Comenzó a llorar, en su búsqueda, no se encontraba, la mujer del
otro lado del espejo también lloraba, le tendió la mano, ella con
miedo, estiró la suya, hasta que sus dedos se tocaron, fue entonces
cuando un resplandor la traslado al otro lado, junto a aquella
anciana que la arrulló con mimo mientras ambas lloraban.
No fue capaz de encontrar la imagen que su cerebro de niña buscaba,
tan solo a aquella dama de setenta y tres años con su pelo blanco,
sus ojos tristes y su rostro anciano...
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