Juan José Álvarez
Cuando
salí de la Escuela me fui para casa corriendo, como siempre, abrí la puerta de
golpe y allí estaba el abuelo esperándome, me abracé a él y me dijo: “más
despacio que casi me tiras, ¡bruto!”, nos dimos un entrañable abrazo y me
dijo que cogiera la merienda, pues íbamos a dar un paseo por el monte. Siempre
que venía el abuelo íbamos de paseo y me contaba historias, para mí era una
fiesta, cogí el “zoquete” de pan con nata y miel y nos fuimos cogidos de la
mano, subimos despacio hasta la ermita, allí nos sentamos un poco, era mayo y
hacía calor, mientras yo comía el abuelo golpeaba el cemento con la punta de su
bastón, siempre en el mismo sitio, aún puede verse el pequeño hueco que llegó a
hacer, terminé la merienda y empecé a hacer preguntas, el abuelo que era un
gran amante de la Naturaleza, respondía a mi curiosidad, de vez en
cuando me mandaba callar y escuchar los sonidos de los pájaros, del viento, de
los árboles, pero yo no oía nada. Seguimos caminando, yo no callaba, pero él
repetía: “calla un poco y escucha, es un placer, dejarse llevar por
La Naturaleza, es un privilegio que tenemos los que vivimos en un pueblo, en
las ciudades hay demasiado ruido”, llegamos a la fuente Grande y yo bebí, había que beber a morro y arrodillado
pues el agua manaba de la tierra, el abuelo cogió un poco de agua en la mano y
la bebió, nos sentamos por allí cerca con la espalda apoyada en el tronco
de un viejo roble y escuchábamos a los pájaros, él los conocía todos, decía: “ese
es un tordo, ese un jilguero, mira ese que vuela una golondrina, ¡que
diferentes son!” en un momento se quedó en silencio y puso un dedo sobre
los labios, para que no hiciera ruido ni me moviera, me mandó mirar hacia la
fuente y allí estaba, había un zorro, que
no nos había visto bebiendo agua, no sé cuanto tiempo estuvo allí, estuvimos
contemplándole un buen rato, hasta que me moví y se espantó, nos miró un
instante y se escapó, “te fijaste bien, me dijo, parecía tan elegante como
una dama”, ¿que es una dama abuelo?, “pues una señora
elegante..., como la abuela” .
Nos levantamos para ver hacia donde se había ido el
zorro, pero ya no le vimos y seguimos caminando, la senda se estrechaba y
pasábamos por entre las matas, el abuelo iba delante y al soltar las ramas a mí
me daban en la cara, me decía: “vete a distancia”, yo creía que las
plantas se llamaban así “vete a distancia”, más tarde supe que eran escobas y
estaban llenas de preciosas flores amarillas que llamábamos zapatitos se
adornaban las calles el día de El Corpus y las plantas eran escobas, porque era
con lo que se hacían las escobas de los barrenderos. Caminamos un buen rato y
llegamos a la mina de Plata, a mí aquello me sonaba extraño, mi madre tenía una
medalla de plata, pero por allí no veía nada tan brillante, eran todo piedras,
el abuelo me indicó una piedra de diferente color y me dijo: “fíjate en esta
piedra, tiene como un cordón diferente, no, no es plata, es galena argentífera
y de aquí se saca la plata” a mí me costaba mucho comprender que la medalla
de mi madre hubiera salido de ahí.
Como ya se hacía tarde dimos la vuelta hacía casa, ya
había salido el lucero y se veía la luna muy clara, también vimo un águila
volando me indicó que me fijara que apenas movía las alas, sólo se dejaba subir
por las corrientes de aire, yo le pregunté ¿abuelo porqué vuelan los pájaros?,
se arrascó la cabeza y dijo: “eso te lo explico otro día, tú fíjate en las alas?
Se agachó y cogió una pluma, mira que suave.
En el camino de vuelta me contaba cosas de la guerra,
había estado en dos guerras, una la guerra de África, contra los moros y la
otra la de España, de ésta no solía
hablar mucho , a mí me gustaban más las aventuras de la de los moros, había
estado en el desembarco de Alhucemas, decía que allí había un montón enorme de
barcos, grandes y pequeños, lanchas, barcas, toda una flota, yo que no
había visto el mar ni un barco no me daba cuenta como sería, lo único que había
visto eran las barcas que cruzaban el río y me parecía un poco mágico eso que
flotaran y la gente no se ahogara, me daba miedo, pero las aventuras de los
moros, no, llevaban chilaba y en al capucha llevaban higos chumbos y todas las
mujeres se llamaban Fátima, como la Virgen. Y llegamos a casa.
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