Rosa Hoyos Fernández
¡Otra vez las Navidades!.
¡Menudo peñazo!. ¡Otra vez a meterme en ese ridículo traje rojo!
Esto
pensaba cada año Elena ante la perspectiva
de la Navidad y volver a retomar la cena familiar, a lo que no se había acostumbrado
nunca desde que se casó y tenía que asistír a casa de los padres, hermanos
y amigos de su marido, puesto que los suyos, ó bién había fallecido, ó
estaban lejos… Ella, amiga de la sencillez y transparencia, trataba de evitar aquellas pomposas
celebraciones familiares y sociales, pero a pesar de todo, año tras año, aceptaba resignada, para agradar
a su marido, quien disfrutaba en extremo rindiendo culto a la vanidad e hipocresía
de su entorno, y sobre todo ¡por tener la fiesta en paz al final de la
representación!; además ¿a dónde iba a
ír?...
Pero
ese año había decidido firmemente que no
iba a seguir adelante participando en este Carnaval, y estaba dispuesta
a romper de una vez por todas con la aquella tradición que tanto detestaba. Lo
había pensado en muchas otras ocasiones pero, al final, siempre acababa
claudicando, para evitar la consiguiente
bronca al llegar a casa, pues al regreso, olvidaba las buenas formas y comenzaban
los reproches: “No había estado lo
suficiente amena y sociable con su
parentela y amigos”, “me faltaba clase y don de gentes y otras muchas lindezas tales como: ¡No
mereces nada!, ¡Eres una desagradecida!, ¡Deberías estar en tu país!, y
otras calificaciones que no deseo
recordar. Todos ellos asistían al gran banquete con sus mejores galas, sonrisas y exquisitos modales haciendo alarde de su poderío social y económico, en el juego de:
“Yo más y mejor”…. dentro del “discreto encanto de una moderna pseudo-
burguesía”, en este caso, solamente de ficción y apariencia…
Elena hace
saber a su marido, que este año, no pensaba asistír, bajo ningún concepto, a la
cena familiar, a lo que él reaccionó con una cólera indescriptible indicándole
con gran agresividad, que, si no asistía a la celebración manteniendo las formas debidas podía olvidarse para siempre de él, puesto que no le iba a tolerar que se despreciase a su familia y amigos y consiguientemente a él mismo,
públicamente en una noche tan señalada. - ¡Vete a cenar con quién quieras y no vuelvas a casa más! -
dijo dando un gran golpe sobre la mesa.
-¡Por
supuesto que sí!, dijo Elena sin perder
los buenos modales, - Ya lo tenía que haber hecho primero pero ¡nunca es tarde!
, añadió. - Que te sienten bién la cena y las copas rodeado de los tuyos. Yo,
ya me cansé de fingír esa felicidad que
nos venden los medios y sus palmeros en estos días de “Amor por Decreto”. – No iré
pase lo que pase. -¡Estoy harta de todos
vosotros!.
En
silencio, salió de la casa contenta por
haber sido capaz de romper las cadenas que tanto le oprimían, pero a la vez,
con una cierta tristeza, ya que siempre estas fiestas, queramos o no nos envuelven a cada uno de nosotros en una ligera melancolía bien por recuerdos de otras épocas
mejores, seres queridos que echamos en falta, o tal vez, porque siempre aspiramos a algo más que no siempre corresponde a la realidad de cada
momento personal, tratando de
magnificar lo vivido en el pasado de una forma positiva.
Estuvo caminado largo tiempo por
un parque cercano pensando donde iba a
pasar esa Nochebuena, pues no quería ír a casa de ninguno de sus amigos , ya
que no estaba de humor para darles ninguna suerte de explicaciones - ¿Para qué?,
se preguntó y menos en esta “Noche Felíz”!..
A
un lado del parque una pandilla de adolescentes disfrutaba plenamente con sus
Villancicos, y toda clase de juegos ¡Ellos si eran felices!, pensó Elena y le hizo recordar aquellos años de su
infancia y temprana juventud cuando se sentía más libre a la hora de ser ella
misma, pero: ¡la madurez y el curso de la
vida hace que se compliquen hasta las cosas sencillas! se dijo a sí misma con una cierta nostalgia.
Continuó
paseando hasta el anochecer con sus
reflexiones y recuerdos, a la vez, que disfrutaba pisando aquella alfombra de
hojas secas de diferentes tonalidades que, al final del Otoño, se desprendían de los árboles del entorno, dando una gran
sensación de paz y sosiego.
Al
salír , observó como diferentes personas de todas las edades, razas y colores estaban
preparando una cena colectiva de Navidad.
Al lado se encontraba pintado un artístico cartel donde se leía la frase: “para todas aquellos
personas que se encuentren solas, ó con
ganas de sentír la Navidad de un modo alternativo”; es decir los,
que
por una causa u otra no encajaban dentro del prototipo de familia felíz que nos venden y que tantos rechazaban- ¡Siempre
no fue así!, pensó Elena volviendo a sus recuerdos.
Se
acercó y enseguida le invitaron a tomar algo
y unirse a aquella comunidad, si
lo consideraba oportuno. Allí nadie preguntaba si iba o venía; la idea
era compartír y tratar de hacer más real “esa noche feliz” entre personas que
se sentían la necesidad de unirse y aportar
cada una lo que pudiese en todos los aspectos materiales y humanos.
La
idea la entusiasmó; al fín iba a tener
la oportunidad de celebrar una Nochebuena sencilla y sin falsas apariencias.
¡Quizá era eso el milagro de la Navidad
y del Amor Universal y Paz para Todos!...
Sin
pensarlo dos veces aceptó la invitación. Estaba sola y deseaba olvidar otras
muchas cenas y Navidades en las que tuvo toda clase de vivencias, buenas,
malas y mediocres…
Se
fue a comprar algunos productos típicos para colaborar, y al regreso pudo ver con entusiasmo que había un gran número de personas
dispuestas a pasar en armonía y calor
humano aquella noche. ¡Mañana será otro
día y tal vez podría ser el principio de
una forma de vida distinta!.. pero al
menos; se había librado de poner “el ridículo traje rojo de los últimos años”, y solamente eso ya la hacía sentirse más mejor.
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