Filadi Curto
Todavía recuerdo sus manos con anhelo. El calor de su
piel estaba cargado de amor, ese amor sustituto de nodriza,
encarnado en un niño hecho hombre. Pasé entonces a ser su adlátere
¿o lo era él mío?. No lo sé, no acierto a saber cual era el
subordinado. Tan solo sé que se hizo inseparable en aquel duro
embate, en aquella hecatombe que trastocó mi vida, que la
partió por la mitad sin escrúpulos.
La cirugía arrancó de cuajo la gangrena que me
llevaba a la muerte y él estaba allí. Se convirtió en mi viga
maestra, en mi lazarillo. Era mis ojos y mis oídos cuando la química
enturbio mi cabeza, cuando limitó mis movimientos, cuando manchó
con dolores mi existencia.
En las tardes de reposo lo miraba, no reconocía en él
a la criatura que me obligaban a cuidar en mis años de juegos. Se
había convertido en la reencarnación de mi padre, como él,
transmitía fuerza y seguridad. Una fuerza que empleó para combatir
a la parca que me perseguía, con la certeza de que la vencería. En
otros momentos, su corazón tibio, se convertía en mi madre y su
amor lo invadía todo, el aire se volvía caricia y mimaba mi
infausto alma, hasta transformarlo en etérea mariposa.
Festejamos nuestra victoria antes de tiempo, en
realidad nunca te escapas de la guadaña. Iluso es el que no
comprende que el destino de la vida es la muerte, que una no es sin
la otra, que todos somos sus reos ya desde el nacimiento.
Volví a la lucha de nuevo, sin demasiado afán, pues
nunca se vence, tan solo se alarga el encuentro. Me sentí como un
bebé abandonado y miré de nuevo a mi enemiga de frente, en soledad,
como la victima mira al pederasta, suplicando.
Busqué en mi derredor aquellas manos y no las hallé.
Ansié su tibieza, pero no la encontré. Me volví para contemplar el
camino de la vida que habíamos trazado juntos, pero ya no oí sus
pasos pegados a los míos, ya no sentí sus risas. Ahora veo en el
recuerdo, reflejados en el azul de sus grandes ojos, su honestidad,
su vigor y su aplomo.
Y cada día, echándole de menos, me pregunto ¿dónde
están tus manos?
4 comentarios:
Qué desesperación. Es muy bueno... Esos ojos, tenían que ser azules?
Jajaja, esos ojos SON azules, mera casualidad Lucia.
Filadi
Bellísimo. ¿Se lo has dado a leer? La fuerza transformadora de la palabra es insospechada y, quién sabe, quizás te encuentres de nuevo con sus manos.
Muchas gracias María Jesús, estoy segura de que volveré a encontrar sus manos, las mías le están esperando.
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