Filadi Curto García
Hace años
que las conocí, en uno de mis medios favoritos, el agua. Comenzamos a nadar
juntas y poco a poco fraguamos una buena amistad que ha perdurado durante estos
veintiséis años. Las tardes de los jueves se fueron convirtiendo en un momento
esperado, en el que disfrutar de la buena compañía de mis amigas, de algunos
chistes y como no, de unas fantásticas meriendas.
No puedo
decir que no me pareciesen personas normales, lo eran, desde luego que lo eran,
pero con el paso de los años íbamos cambiando, ellas y yo. El primer cambio que
noté fueron nuestras risas, agudas en exceso en unos casos, graves hasta
parecer salir de las cavernas en otros.
LO es la
graciosa, siempre tiene algo simpático que contar, un chiste en la punta de la
lengua o una frasecita que nos hace sonreír. Toda su vida gira en torno a las
bromas y me pareció que de eso se
trataba cuando le dio un ataque de risa al ver una llamativa verruga en mi
nariz. La dichosa prominencia se asentó en la mismísima punta, así súbitamente,
pensé que se trataba de algo que se me había pegado, pero no, nada de eso, me
fui al baño y allí estaba, como si mi nariz fuese suya. El caso es que al
volver a la mesa me di cuenta que la mía no era la única, había tres o cuatro
más en otras tantas narices de mis amigas. Algo estaba contando LO que
empezaron a reírse a carcajadas, fue entonces cuando me di cuenta que, de
repente, algunas de mis amigas se habían quedado tan solo con un diente en toda
su boca. Con las carcajadas su mentón se afilaba e iniciaba un avance
llamativo, parecía que se le iba a salir de la cara. Pensé que algo me estaba pasando, sería
fiebre o que había tomado algo en mal estado, pero aquellas caras que tanto
conocía, no tenían ningún motivo para desfigurarse de aquel modo. Es más, ellas
estaban tan tranquilas como si no lo viesen, salvo mi verruga, esa si la veían
todas y se mofaban de mi sin ningún tipo de respeto. Me sentía mal, tan mal que
salimos a tomar el aire, de repente todas volvieron a su aspecto normal,
automáticamente me llevé la mano a la punta de la nariz “Et voila” ya no estaba. Dimos una vuelta por
la Villa y nos despedimos. Al llegar a casa fui directa al baño para mirarme,
ni rastro había de aquel pegote en mi cara. No me lo podía explicar, sería la
comida del día anterior, o alguna de las pastillas que tomo. Agotada me fui a
la dormir, esperando que al día siguiente todo se hubiese borrado de mi mente.
Borrar no se borro, pero al menos me sentí más trasquila al ver que el verrugón
no aparecía.
Siete días
pasaron hasta la siguiente merienda, siete días de tranquilidad, de normalidad
absoluta. Como normal parecía también aquella tarde, hasta que empezamos a
merendar y de nuevo LO empezó con sus carcajadas, apuntaba a mi nariz, entonces
acerqué la mano y allí estaba, otra vez,
las observé una a una y comprobé que también sus verrugas volvieron, y algunas
bocas volvieron a quedarse desdentadas y sus mentones a escaparse de sus
caras... Todas reían y yo estaba descolocada. Entonces empezaron a hablar de ir
a cenar, ¡Aquelarre!, gritaban. Me dejé arrastrar por su alegría, igual todo
eran imaginaciones mías, pensé que sería mejor seguir el juego, pues seguro que
era eso lo que era, un juego. Acordamos ir todas vestidas de negro, la
propuesta me pareció un tanto extraña, pero que más daba. Al final de la tarde
ocurrió lo mismo que la última vez y al salir a la calle todo volvió a la
normalidad.
Así llegó
el sábado noche, rebusqué en mi armario hasta encontrar camiseta, pantalones,
jersey y abrigo negros. Habíamos quedado en un restaurante apartado al que
había que ir en coche, al llegar todas estaban allí, charlando y riendo sin
parar. La cena empezó y de nuevo la transformación, no podía creerlo, otra vez,
el vino corrió por la mesa y llegó un momento en el que nubló mi cabeza, me
dejé llevar por las risas y las bromas. Las voces agudas se apoderaron del
ambiente, terminamos de cenar y hablamos de acercarnos a la Villa a tomar unas
copas. Pensé que al salir al aire fresco todo volvería a la normalidad, pero no
fue así. Como no cabíamos todas en mi coche y dije que habría que llamar a un
taxi, empezaron a reír a gritos, no eran
capaces a articular palabra, tan solo reían salvajemente y comenzaron a apuntar
con sus dedos retorcidos a la esquina, volví la cabeza y allí estaban un montón
de escobas, no entendía nada, absolutamente nada, ¿qué significaban aquellas
escobas? Lo entendí enseguida, en cuanto comenzaron a subir a horcajadas sobre
ellas. Fue entonces cuando Ni me ofreció una, me asusté de inmediato, ¿qué se supone
que iba a hacer yo con aquello?
-
Venga sube y deeeeeeejate lleeeeevarrrrrrr....
Así lo hice, y Uuuuuuuuuaaaaaaaaaaaaauuuuuuuuuuu, me costó
un poco hacerme al manejo, mis amigas revoloteaban a mi alrededor entre risas y
gritos hasta que por fin lo conseguí, y pude seguirlas y hacer cabriolas en el
aire. Era fantástico, eran fantásticas. Me parecía algo maravilloso, no
entendía lo que había ocurrido, pero me encantaba estar allí en medio de la
oscuridad, jugando con el aire, en plena libertad. Durante largo rato volamos
de un lado a otro, llegamos a un lugar extraño donde se tomaban licores de
colores diferentes que producían unas ganas descontroladas de reír y disfruté
como nunca lo había hecho antes. Mis amigas eran las mejores, me gustaba más
que nunca estar con ellas y disfrutar de este nuevo hallazgo que no pensaba
desperdiciar.
El tiempo
va pasando y nosotras seguimos disfrutando de nuestros AQUELARRES, los
preparamos cuidadosamente y quedamos a través del facebook, donde compartimos
las fotos que hacemos, tanto a las meriendas, cenas, como a las mejoras que
vamos haciendo a nuestras escobas.. Lo último ha sido unos GPS genuinos que
hemos pedido a Alemania por internet, se adaptan perfectamente al palo de la
escoba y nos permitirá ir a cualquier parte del mundo de ¡FIESTA!
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